Apenas les mojas las manos, se acaban las órdenes de arriba

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El coronavirus trajo de vuelta una vieja enfermedad conocida en Venezuela; El matraqueo

La crisis saca lo peor de la gente: Si ya Venezuela era un Estado fallido inmerso en tópicos decadentes como la corrupción, el hambre, la miseria, el desabastecimiento y la desidia, ahora con la llegada de la pandemia del coronavirus se ha magnificado a niveles insospechados.

Si bien existen personas de bien para rescatar en medio de la debacle, en las calles deambulan como zombies ciertos esperpentos en busca de sacarle provecho al más inocente, “devorando” sus pertenencias como si de carne fresca se tratase, ya deben ir sacando cuenta sobre quiénes estamos refiriéndonos.

La historia comienza así: Relatada de principio a fin por el periodista Pedro Pablo Peñaloza a través de su cuenta en la red social Twitter, narra la vivencia de una enfermera venezolana con su esposo, ambos petareños, quienes tras culminar una jornada laboral larguísima, ayudando en hospitales para salvar la vida de compatriotas, se toparon con estos monstruos “chupa carteras” durante una noche en el Distribuidor Altamira, quienes los condenaron a pasar un extenso mal rato.

Como fieras, abordaron a los humildes trabajadores de una forma agresiva, sin mediar palabras, como siempre.Ese martes, efectivos de la Policía Nacional Bolivariana detuveron en su módulo a cuatro motos. En una de ellas se trasladaba una pareja. La señora, enfermera privada, acababa de salir del trabajo y se dirigía con su esposo a su casa en Petare“, explica Peñaloza.

Revisaron los papeles y constataron que todo estaba en orden. Sin embargo, explicó uno de los agentes, no basta con tener al día esos documentos. Para estar en la calle, necesitan un salvoconducto“…  siempre hay un pero para todo con esa gente.

La enfermera preguntó si tendrían que pagar una multa por dicho inconveniente, y como de costumbre, la respuestas de estas aves de rapiña fue “te vamos a retener la moto“.

Peñaloza explicó que: “Según el policía, tenían que llevarlos a la sede de El Llanito para luego enviar la moto a un estacionamiento en Charallave. “Son órdenes de arriba“, decía. La enfermera preguntaba qué delito había cometido, señalaba que era trabajadora y por eso el policía la tachaba de grosera“.

Durante la “caza”, los funcionarios atraparon otra presa, pero ésta supo escaparse con cierta facilidad.

Uno de los motorizados detenidos habló aparte con otro policía y rápido pudo salir del lugar. Cuando la enfermera le preguntó cómo había resuelto el problema, el hombre le respondió con un sugerente: ¡eso está listo!”.

¡La moto quedará retenida en Charallave hasta que pase la pandemia!“, exclamó el  troglodita ante la mirada incrédula de la pareja.

Indignada, la enfermera le respondió que eso era una locura porque ambos sabían que en horas iban a desvalijar la moto, no es tonta, conoce la situación y cómo actúan estos sujetos.

Llegaron al módulo policial de El Llanito, a la mujer no le permitieron el ingreso a las instalaciones. Solo pudo entrar su esposo, que luego le adviertió: “esto es un guiso que están montando, allí dentro tienen más de 30 motos. El que no tiene plata, pierde la moto“.

Aterrada, preocupada y desesperada por la situación, la enfermera tuvo que darle su quincena, 100$, para que no se llevaran (y posiblemente no perder) la moto.

Cuando la piraña recibió su comida, le respondió al esposo con una frase lapidaria, pero característica de una piltrafa humana con uniforme: “si tu mujer no fuera tan grosera, hubiésemos negociado en el Distribuidor Altamira por menos y te ahorrabas el mal rato“.

Todo este “mal rato” duró dos horas, entre 4 y 6 de la tarde.

La enfermera reflexionó sobre la situación: “apenas les mojas las manos, se acaban las ‘órdenes de arriba“.

Lee la historia detalladamente en el hilo de Pedro Pablo Peñaloza:

 

Lapatilla.com

 

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