Quiero votar porque creo en el voto. Así pensamos los venezolanos en mayoría abrumadora. Sabemos que en las presentes circunstancias una elección perfecta, en óptimas condiciones democráticas, no es posible. En el cuadro actual, sería incluso mucho pedir aun las imperfecciones que tuvieron los nueve procesos entre 1958 y 1998, tan competitivos que solo dos veces ganaron los candidatos del partido gobernante y produjeron cámaras legislativas multicolores, sin mayoría parlamentaria en seis oportunidades. Pero ubicarse en un plano realista del debate político con las restricciones vigentes al funcionamiento constitucional, como han planteado grupos muy sensatos de ONGs sinceramente democráticas, no implica aceptar que abusen de nosotros convocándonos a algo que dista mucho de ser una elección.
Recién se convocó una elección parlamentaria, con una serie de cambios en las reglas para los cuales no se ha buscado mínimos consensos, en un modo que parece más dirigido a ahuyentar electores que a atraerlos. Argumentar que las condiciones son las de 2015 es, como mínimo, irrespetuoso.
Una votación verdadera, competitiva, si se diera en condiciones razonables, tendría inevitablemente un carácter plebiscitario con potencial políticamente importante, aunque no sea la presidencial que se debe. La Asamblea Nacional de ella surgida tendría legitimidad difícilmente discutible. Pero esta convocatoria unilateral, con partidos ilegalizados o “expropiados”, cambio de reglas, perseguidos, presos y exiliados, con severas restricciones a libertades y derechos, como el elemental de movilizarnos, producirá un evento poco creíble, de baja participación y mínimo reconocimiento internacional. Una elección así ¿a quién conviene? A muy pocos. A los que mandan, porque les asegura y fuera de ellos a quienes no creen en el voto y a los que así justifican tanto su abstención como teorías con poco o nulo asidero real. De esa ganancia, que prolonga la crisis presente, no sacan nada bueno los venezolanos. Entre los “ganadores” de esta elección tuerta y con su único ojo miope y estrábico, estaría algún opositor real o supuesto que no quiere que entren nuevos y verdaderos competidores y así sacarle el jugo a su pedacito de participación. Y eso, al país ¿De qué le sirve?
La elección parlamentaria no solucionará la profunda crisis nacional, pero si ayudaría a reencaminarnos en la vía constitucional. A todos, como es debido. Por donde vamos, no llegamos ahí.