Paul Celan, el poeta que respondió con versos al horror del Holocausto

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Paul y Gisèle Celan, en 1956 (colección Eric Celan).

Alemania celebra el centenario del autor con un alud de publicaciones, entre las que se encuentra un epistolario con material inédito

La publicación de una decena de libros conmemora en Alemania los 100 años del nacimiento de Paul Celan y los 50 de su muerte, cuando el 20 de abril de 1970 se arrojó del puente Mirabeau al Sena “en vuelo de heridas”, como el mismo poeta predijo. Su cuerpo —“flor de agua”, le llamó el artista Henri Michaux— navegó 10 kilómetros hasta que fue encontrado. Si el Guernica de Picasso simboliza el horror de las guerras, Todesfuge (“Fuga de muerte”), de Celan, inspirado en el asesinato de su madre de un tiro en la nuca en el campo de Janowska, es el poema de la deshumanización del Holocausto.

Los aniversarios ponen de nuevo a Alemania ante el espejo: Celan es un caso “personalmente dramático, históricamente sombrío y políticamente explosivo”, escribe Elke Schmitter en Der Spiegel. Una encuesta del Congreso Judío Mundial concluye que el 27% de los alemanes es antisemita y que un 65% cree que regresan conceptos del nazismo.

La tendencia ahora es sostener que la sacralización de Celan como el poeta del Holocausto ha hecho olvidar el resto de su poesía, cercana a la vida, clara como el cristal, negra como la sombra, anclada en el tiempo histórico. Notas de diario, recortes de prensa, borradores de cartas y cartas enviadas ofrecen referencias concretas: sus destellos de amor, la muerte de Stalin, Mayo del 68, la revuelta de Praga, el Sputnik…

Una de las novedades la firma Thomas Sparr, que ha escrito una suerte de biografía del poema más famoso de Celan. Y desmiente algunos clichés (existió en Janowska la orquesta de judíos que tocaba el Tango de la muerte mientras los presos cavaban sus tumbas). Wolfgang Emmerich reconstruye la excentricidad de Celan respecto a los escritores alemanes. Hans-Peter Kunish regresa al encuentro entre el gran filósofo (filonazi) Heidegger y el gran poeta (judío) Celan. Y Helmut Bottinger sostiene que a Celan le dolió no haber obtenido el reconocimiento de su “maestro pensador” que supo, como él, “decir la oscuridad”.

Biografía epistolar

Barbara Wiedemann ha publicado “etwas ganz und gar Persönliches”. Paul Celan Briefe 1934-1970 (“Algo absolutamente personal. Paul Celan. Cartas 1934-1970”), una correspondencia seleccionada a manera de biografía epistolar. Consta de 691 cartas, de las que 330 son inéditas. La primera es de cuando tenía 13 años y le cuenta a su tía Minna, residente en la entonces Palestina británica, que “del antisemitismo en la escuela podría escribir un libro de trescientas páginas”. Aún vivía con sus padres en un extremo del Imperio austrohúngaro, en Chernivtsi (entonces Rumania, hoy Ucrania). En otra carta, ya como estudiante de Medicina en Tours, explica a su primo la extrema soledad de su vida francesa.

Al estallar la Segunda Guerra Mundial, regresó a su ciudad para matricularse en Románicas. Un año después, en 1940, los soviéticos ocuparon la Bucovina y al año siguiente, entraron los alemanes. Sus padres fueron deportados a un campo de concentración, donde murieron en 1942, mientras Celan llevó la estrella amarilla en dos campos de trabajo del ejército rumano.

Al acabar la guerra, de nuevo ocupada la ciudad por los rusos, marcha a Bucarest, donde rumaniza el nombre, anagrama de su apellido Antschel y, después, días antes del cierre de fronteras, huye a pie a la Viena de los escenarios del filme El tercer hombre. Allí conoce a la poeta Ingeborg Bachmann y empapa su poesía de surrealismo. A partir de 1948 se instala definitivamente en París.

Los libros publicados con motivo del centenario inciden en las tormentosas relaciones de Celan con los autores alemanes, quienes, aun reconociendo su valor, nunca le consideraron uno de los suyos. No todo derivaba de la paranoia de Celan. En 1952, cuando lee su Todesfuge en Niedford ante el renovador Grupo 47, Karl Heinrich Richter se ríe de él porque “lee con la voz de Goebbels” o “parece un canto de sinagoga”. Tras los juicios de Núremberg, Celan opinaba que aún latía el antisemitismo entre los que llamaba “nibelungos de izquierda”.

“Nunca he separado al autor de la persona”, escribió en 1962 a la poeta Nani Cassian. Por eso, Celan veía cualquier crítica como un ataque a su identidad judía. Cuando la viuda de Yvan Goll, falsificando textos y fechas, acusó a Celan de plagiar a su marido, el poeta exigió a sus amigos una defensa incondicional que no todos le brindaron. Se alejó de Günter Grass por sus críticas a Discurso de la montaña (“Tuve que mostrarle a él y a su esposa la puerta”), de Alfred Andersch (“Un villano”) o de Heinrich Böll por no darle información sobre actos antisemitas (“No me esperaba su infamia”), aunque reanudaran después la amistad.

En las cartas aparecen, entre otras, Erica Lillegg, Brigitta Eisenrich, Inga Waer, a quien propuso ir a vivir a Berlín en 1964… o la misteriosa Hannele, cuya identidad revela Wiedemann: Hanne Scholz, a quien frecuentó mientras intentaba reanudar su amor imposible con Bachmann poco antes de casarse con la pintora y aristócrata Gisèle Lestrange. En las misivas se palpa el progresivo deterioro mental de Celan (intentó acuchillar a su mujer a raíz de un engaño). O la última carta, tras regresar de Israel, a su amante Ilana Shmueli, desesperada por su hundimiento en la oscuridad.

Aún se suele citar la frase de Adorno —“Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie”—, sin tener en cuenta que en 1973 se retractó tras leer Todesfuge. Los versos de Celan aclaraban que tras Auschwitz no se puede escribir poesía en el alemán de Hölderlin.

 

Traducción »

Sobre María Corina Machado